El Camino de Santiago siempre depara momentos únicos y auténticos, por más alejado que se encuentre de su razón de ser, a causa de su creciente popularidad y laicidad.
Son muchos los hitos físicos, los lugares que tienen un gran significado dentro de la ruta jacobea, pero aún más importantes son los hitos personales los acontecimientos que quedan en la intrahistoria del peregrino y que pasan a formar parte importante de sus viviencias; y todo Camino debe tener sus hitos siempre que se haga con un mínimo de espiritualidad.
Inesperadamente, en un cambio de rasante, tras un duro repecho en la bicicleta y alcanzando el alto de una colina donde se comenzaba a divisar un panorama abierto, llegaba a mi rostro una suave y confortable brisa acompañada de una especie de cántico. Tan sólo en unas décimas de segundos después se desvelo ese súbito misterio, cuatro personas ataviadas idénticamente con hábitos negros y pertrechados de sendas mochilas y bastones se divisaban como troquelados sobre el paisaje. Eran cuatro jóvenes, por la tonsura de sus cabezas cabe deducir que novicios de una desconocida orden, con un caminar raudo y entonando, ininterrumpidamente, una especie de salmos responsoriales en latín.
La escena me transportó inmediatamente a otro tiempo, aquel en el Camino de Santiago era una peregrinación cargada de religiosidad, además de dura y peligrosa; y sin las comodidades que hoy se disfrutan. Muchos eran los relatos, lecturas, imágenes, escritos, … que se me vinieron a la mente y relacionados con historias y sucesos del Camino, y ante todo a Aymeric Picaud y su esencial libro V del Códice Calixtino.
Presto a indagar sobre ellos me adelante por una senda paralela a la que seguían y bajar para intercambiar impresiones, aunque pronto me surgió la duda sobre si estarían haciendo voto de silencio; así que simplemente me dirigí al primero y le entregué una estampa de Nuestra Señora de Regla en consideración y como detalle hacia su fervoroso peregrinaje, retornando posteriormente a reemprender la ruta. Nada más montarme en la bicicleta me sorprendió una mano que me correspondía con una estampa de otra Virgen Negra, la Virgen de Guadalupe. Estaba impresa en Estados Unidos, Silver City (Nuevo Méjico), del Monasterio de Nuestra Señora de Guadalupe, (todo ello en inglés), en su anverso una imagen de la Virgen de Guadalupe y en su reverso las palabras a Juan Diego en la aparición del 12 de Diciembre de 1531: “No temas esta enfermedad ni ninguna otra enfermedad, ni ansiedad ni dolor. ¿No estoy aquí yo, que soy tu madre? ¿No estás bajo mi sombra y resguardo? ¿No soy yo la fuente de tu alegría? ¿No estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos? ¿Tienes necesidad de alguna otra cosa?”